domingo, 15 de julio de 2012

Pues no haber votado a Rajoy...

"Pues no haber votado a Rajoy" o su derivada "gracias a todos los que votaron al PP" se han convertido en una especie de cliché de la crítica política en los últimos tiempos. Se trata de una sentencia seca, arrojadiza, de la que manan distintos mensajes: por un lado, una especie de reproche condescendiente, como si te dijeran "vale, ya lo has hecho y no tiene remedio, pero te lo avisé y ahora por tu culpa estás jodido tú y también yo". Esto, por otra parte, también implica la idea de que la errónea elección de Rajoy y su equipo contaba con una alternativa que se ha demostrado mucho más idonea.

Voy a ser directo (contra mi tendencia habitual): me crispan esos mensajes. Cuento con la legitimidad de poder escribir estas líneas como no votante del PP (ni de ningún otro partido, si a alguien le interesa). Mi deserción de mis 'obligaciones' como votante no responde a ningún tipo de desidia o desinterés, sino a mi pesimismo respecto a la clase política, que parte de un desaliento general sobre el ser humano. Pero no estamos aquí para filosofar sobre la condición humana...

Volvamos a Rajoy y su gobierno. Tras siete meses de mandato se puede considerar que uno de los principales resultados de su gestión ha sido alcanzar un enorme grado de contestación social. Para ser rigurosos, hay que decir que ya desde un principio partía de un alto nivel el rechazo entre quienes no le brindaron su apoyo en las elecciones. Hoy, las críticas, más o menos furibundas, al Gobierno son el pan de cada día en redes sociales, tertulias de bar, medios informativos y hasta en las calles. "¿Dónde está nuestro error sin solución?", podría preguntarse el bueno de Mariano, mientras le lanzan la burda acusación de querer acabar "con todo".

Pues bien, los errores son muchos. No creo que pueda sorprendernos, tras tantos años de "liderazgo" de la oposición, que Rajoy actúe como un gobernante medroso, poco proclive a dar la cara, y afectado en no pocas ocasiones por el virus, tan habitual entre los políticos, que les empuja a actuar midiendo el coste político de cada una de sus decisiones. De ahí derivan varias medidas que podemos considerar meras patadas hacia adelante, con el único fin de procurar escurrir el bulto. Y todo esto condicionado por las inconscientes promesas y críticas que lanzaron los populares antes de alcanzar el poder y que se les han venido abajo, una tras otra, por la presión de las circunstancias.

Atendiendo a esto, ¿es lógico considerar a Rajoy, Guindos, Montoro, Soria y compañía los adalides de la destrucción? ¿la tuneladora del bienestar? ¿los verdugos de los progresos sociales con el fin de favorecer a sus compinches banqueros y los destructivos y especuladores mercados, capaces de arrasar su propio mundo con tal de ganar unos milloncejos? ¡Quieren acabar con todo! ¿En serio?

Veamos. De la batería de medidas que recientemente ha presentado el PP, y que -qué duda cabe- penalizan con dureza al común de los ciudadanos que ya hacemos malabares para subsistir, una de las que más revuelo ha causado es la de elevar el IVA -otra de las mencionadas promesas rotas del Gobierno-. Desde mis escasos conocimientos del mundo económico, también considero ésta como una medida ineficiente, por desincentivadora del consumo, a la par que incentivadora del fraude. El tan tristemente común "¿se lo cobro con IVA o sin IVA?" puede convertirse en 'trending topic' del chanchulleo callejero. 

Pocos dudamos de que esta medida responde a las exigencias -recomendaciones, dicen otros- de Europa, para aportar su auxilio a la banca española. No entraba en los planes del Gobierno, que ha acabado cediendo a las presiones europeas. ¿Era necesario asumir estos sacrificios sólo por complacer una vez más a los malvados bancos? ¿No había otras alternativas?

Respecto a la primera cuestión, la referida al también criticadísimo apoyo público a la banca, es conveniente tener en cuenta una serie de realidades. España se encuentra hoy en día en una situación crítica, derivada de innumerables ineficiencias económicas internas y también de problemas y errores exteriores -sí, siempre defendí que se rezumaba la misma ignorancia de los intentos por eximir al Gobierno de Zapatero de la crisis de España, que de las acusaciones que hacían recaer todas las culpas en él-. La primera manifestación de esos problemas la tenemos en la dichosa prima de riesgo, que no refleja otra cuestión que la dificultad del país para conseguir la financiación con la que cumplir con sus obligaciones básicas. "Pero eso es por culpa de los especuladores, que quieren enriquecerse a costa de hundir a España". Como sea, pero esos mismos "especuladores" están invirtiendo en deuda en Alemania, Suiza, Dinamarca, Holanda o Francia incluso pagando. En España ocurre todo lo contrario, porque se desconfía de sus cuentas, de su capacidad de pago...Como consecuencia, los inversores extranjeros rehuyen la deuda española, mientras los bancos españoles se convierten en casi únicos exclusivos compradores de la misma. La banca, apoyada con dinero público, es al mismo tiempo casi sostén exclusivo del Estado y sus necesidades de financiación. ¿Qué pasaría si se dejara caer a los bancos españoles? Pues que no comprarían deuda, los costes de emisión se dispararían aún más y entonces...parece inevitable un rescate global de España. Se trata de un dañino bucle que une el destino de bancos y estados, a causa de la apelación al endeudamiento que caracterizó el crecimiento de los años anteriores. Un problema que habrá que resolver, pero que necesita tiempo.

En cuanto a la posibilidad de alternativas, el Gobierno ha lanzado la idea de que los últimos recortes eran ineludibles. Otras voces han puesto en cuestión esto. Debatiendo con mi queridísimo amigo Feliciano González la pasada noche, considerábamos la posibilidad de que el Gobierno hubiera presentado a Europa otras medidas de ahorro de impacto seguramente más eficaz y menos dañinas para los ciudadanos de a pie. El problema, a mi entender, es que Europa reclama gestos inmediatos y no promesas difusas. ¿Por qué? Porque no nos creen. ¿Las razones? Muchas. En agosto de 2011 el BCE pasó a la compra de deuda pública española e italiana, para reducir la presión del mercado. En aquel entonces, el empeño de Europa era que los países cumplieran con un objetivo de déficit que si bien Italia alcanzó con creces, en el caso de España, y pese a las promesas del Gobierno de que se cumpliría, acabó resultando muy por encima de lo esperado. Eso y otras muchas cuestiones propician que, si se quiere el apoyo europeo, se nos exijan muestras de sacrificio: una especie de penitencia con la que los países que nos dan su auxilio puedan vender a sus ciudadanos que, al mismo tiempo que nos ayudan, castigan nuestros desmanes.

Entonces,¡estamos intervenidos! Por supuesto, precisamente desde que el BCE empezó a comprar deuda española el pasado año, los Gobiernos nacionales -el anterior y el actual- se han visto constreñidos por una hoja de ruta, cada vez más inflexible, que marcan nuestros socios europeos. Es normal y es hasta deseable si lo que se persigue es formar parte de una auténtica unión monetaria: ésta necesita objetivos fiscales comunes y debe corregir los desfases. Podemos debatir si la política europea resulta "mezquina", como la han tachado algunos periodistas nacionales, demasiado inflexible e ineficaz. La realidad es que con todos sus fallos se trata de la política de la comunidad de países en la que estamos integrados. Pero sí hay alternativas:  asumir las condiciones de nuestro exclusivo y rancio club o tomar la puerta de salida...

¿Y si nos salimos? Haciendo un ejercicio de recreación ficticia -y recordando que mis conocimientos de economía parten de haber jugado al Monopoly y poco más-, no resulta complejo imaginar el escenario subsiguiente. España abandona el euro y regresa a una moneda nacional -lo mismo nos dan pesetas que reales-. Inmediatamente y, como consecuencia de su impago de la deuda previamente contraida, España pierde toda capacidad de financiarse en el exterior, su divisa pierde valor a marchas forzadas y resulta muy complicado abastecerse de elementos indispensables para el desarrollo como la energía -porque, lamentablemente, nuestra minería no es capaz de abastecer al conjunto del país...-. "Pero de eso, se sale". Sin duda. La bancarrota fue casi una constante en épocas pretéritas en España y aquí seguimos. Las consecuencias, eso sí, no son ni de lejos menos dañinas que las de la situación actual.

Decisiones impopulares, forzosas e ineficaces...al menos hasta ahora. Las medidas que ha puesto en marcha el Gobierno están muy lejos de lograr la reactivación de la economía española o, al menos, el fin de la presión de los mercados sobre España. Es posible que las últimas medidas tampoco obtengan el resultado deseado -no olvidemos que nos movemos en una economía global en la que hoy imperan más las dudas, que las expectativas-. E incluso puede ser que Rajoy y su gobierno abandonen sus responsabilidades, ya sea dentro de 4 años, o en menos tiempo, dejando al país en peor situación de como lo tomaron.

Por lo tanto, ¿podemos decir que tantos sacrificios no han dado un sólo resultado positivo? Yo, pese a mi irremediable desconfianza hacia los políticos, considero que no. Creo que las limitaciones al endeudamiento público, hasta el lógico déficit cero -es decir: tanto tienes, tanto gastas-, el fin de las cajas de ahorros como tradicional herramienta de mangoneo político, la racionalización de la Administración Pública o el acotamiento del libre albedrío de corporaciones locales y autonómicas a la hora de gastar son pasos -en muchos casos, cortos y francamente mejorables, también es cierto- en la dirección correcta, que deberían servir para que, en el futuro, no se repitan muchas de las situaciones que estamos viviendo hoy. Aunque, claro, no me extrañaría que, en no mucho tiempo, alguien al frente del Gobierno de España encuentre razones para deshacer esa senda y entremos de nuevo en una rueda que nos condenará, a modo de saga infame, al regreso del "Quieren acabar con todo". Y ya sabemos que segundas partes nunca fueron buenas...

P.D: En compensación a quien, en un alarde de osadía, haya llegado hasta el final de esta retahíla de pensamientos -tan ignorantes como bien intencionados- le quiero gratificar con un magnifico hit que hizo mover las caderas de los españoles allá por 2008, cuando fuimos los mejores y hablar de crisis era desleal...