martes, 16 de junio de 2015

Política en 140 caracteres

A estas alturas de mi vida, no tengo previsto dedicarme al mundo de la política ni ocupar puesto público de relevancia alguno. Además, mi condición de periodista dedicado a los mercados financieros -en un periódico de papel, para más inri- me garantiza una irrelevancia mediática contra la que no tengo demasiadas intenciones de luchar. Pero, por si acaso, voy a revisar mis contenidos en redes sociales. En Twitter, tengo a gala ser muy discreto (salvo a la hora de criticar a Fernando Torres, lo reconozco), por lo que no debería haber excesivo problema. Tampoco acostumbro a ser muy activo en Facebook. Pero seguro que en Tuenti queda algo de material "peligroso"...ya saben, las cosas de la juventud.

Obviamente, traigo todo esto a colación a raíz del escándalo mediático de los últimos días: los tuits del concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata, en los que hacía burla, en clave de humor, del holocausto, Irene Villa o Marta del Castillo, entre otros. No es mi intención entrar a juzgar la calidad moral del tal Zapata, ni si su culpa está correctamente expiada con su renuncia como máximo responsable de Cultura en el consistorio de la capital. Mucho (y para todos los gustos) se ha escrito ya sobre el tema. 

De este asunto, lo que me resulta más destacable es la condición del juicio mediático al que se ha sometido al acusado, y que no es, en mi opinión, sino reflejo de una forma creciente de valorar la política, a golpe de tuit, frase suelta o imagen. Seguramente haya quien objete que algo igual de superficial como puede ser un titular siempre ha sido, para una parte muy importante de la sociedad, el cimiento fundamental de la crítica política, sin prestar atención a la letra pequeña. Es cierto. Pero resulta indudable que la caja de resonancia en que se han convertido las redes sociales magnifica cualquier chascarrillo hasta situarlo en la palestra del debate político. 

En estos días, mientras buena parte de la sociedad cargaba contra Zapata por sus ofensivos chistes, otra parte (la más próxima ideológicamente al edil madrileño) denunciaba la superficialidad de las críticas, el desprecio del contexto a la hora de enjuiciarle. No les faltaba razón. Aunque muchos de ellos harían bien en recordar la ausencia de ese rigor a la hora de emitir juicios tan o más implacables contra otros políticos o personajes públicos por los que sienten escasa simpatía. En cuestión de minutos, a través de un mensaje publicado en 2011, Zapata se convirtió para muchos en un despreciable antisemita, sin considerar si a lo largo de su trayectoria ha dado muestras de odiar a los judíos o todo lo contrario. Yo reconozco que lo ignoro. Y apenas sé nada del tal Zapata este, pero a bote pronto y pese a su chiste (¿en serio ninguno de ustedes ha compartido o al menos escuchado sin escandalizarse un chiste irreverente, políticamente incorrecto o cruel?) me inclinaría a pensar que no es un defensor del holocausto nazi. Como tampoco creo que Miguel Ángel Arias Cañete sea un machista sólo por una absurda frase, tras su debate con Elena Valenciano, en 2014; que Albert Rivera quiera inhabilitar políticamente a todo el que haya nacido antes de que se instalara la democracia en España; ni que cada imbécil que se haga fotografiar con símbolos del franquismo o del comunismo soviético aplauda los crímenes que cada uno de esos regímenes cometió.

No quiero con esto negar que quienes se dedican a la política deberían guardar unas formas ejemplares, ser discretos, comedidos y respetuosos. Contenerse y no soltar lo primero que se les venga a la cabeza. Recordar que gobiernan para todos y que cada mensaje suyo será escrutado hasta el último detalle y el menor desliz será carnaza para aquellos que lo consideran su enemigo. Pero creo que la sociedad debería hacer un ejercicio de reflexión (que no cuento con que lo haga, pero no pierdo nada en escribirlo) y comprender que los políticos forman parte de ella y que, como cada uno de nosotros, están expuestos a las meteduras de pata, a los deslices, que pueden haber hecho gala a lo largo de su vida de un humor negro ofensivo, que pueden haber defendido ideas políticamente incorrectas y posteriormente rectificar, o pueden haber sido e incluso seguir siendo fiesteros, sin que ello les incapacite para ejercer una función política. ¿Sacrificaríamos al más eficaz y honrado gestor político por un chiste de mal gusto? ¿Por un tuit inadecuado, irreflexivo? ¿O preferimos líderes que no den la cara para evitarse deslices que hagan caer sobre él las furibundas garras de la Inquisición mediática? 

Es conveniente exigir a los políticos una rectitud moral ejemplar. Pero es igualmente valido un sincero espíritu de contrición y disposición a enmendar errores puntuales, un momento de desatino. Porque pretender que nuestros representantes políticos hayan descrito una trayectoria sin la más mínima mácula es, cuando menos, hipócrita. Salvo que queramos extraerlos de la más recatada vida monacal y que mantengan de forma estricta durante su función el voto de silencio...

Yo por si acaso, empiezo a revisar sin demora mi actividad en redes sociales. Pero, las críticas a Fernando Torres se me perdonan, ¿no?


-


lunes, 16 de febrero de 2015

Podemos comunicar

Coincidirán conmigo en que tras dos años de parranda (parranda laboral y estudiantil, no se me confundan), no hay mejor forma de revivir este blog que escribiendo del fenómeno político del momento: Podemos. Y qué menos, después de que dicho partido haya tomado como elemento base de su estructura política los círculos que revisten esta inconstante aventura literaria.

La pujanza mediática y popular de este movimiento obliga a serias reflexiones sobre el mismo. Pero prometo (de momento) no darle vueltas a sus rimbombantes promesas de gobierno, ni tratar de indagar sobre los fundamentos sociológicos de su éxito. Lo que me ha animado a revivir este empolvado proyecto son las denuncias lanzadas recientemente, desde diversos frentes, sobre la persecución mediática de la que estarían siendo víctimas Podemos y sus miembros más destacados. Las informaciones relativas a la beca del secretario político del partido, Íñigo Errejón, y sobre los cobros, presuntamente irregulares, del secretario de Proceso Constituyente de Podemos, Juan Carlos Monedero, formarían parte, según estas denuncias, de una campaña orquestada desde los grandes grupos de comunicación, en connivencia con los poderes establecidos, para ensuciar su imagen y contener el auge de un partido que les inquieta.

La tesis es verosímil. Los partidos políticos tradicionales tienen razones para temer el ascenso de un nuevo partido con una retórica que amenaza ciertas prebendas de las que disfruta la denominada "casta". Y para los grandes grupos de comunicación también hay razones para el recelo.

Al mismo tiempo, es reseñable que este tipo de reacción defensiva no es novedosa. Los más variados partidos políticos han esgrimido idénticos argumentos para defenderse de las distintas acusaciones de corrupción o conducta ilícita que les han salpicado. Sorprende, no obstante, que miembros y seguidores de un partido que dice venir a regenerar la práctica política se aferren sin excesivos reparos a un discurso victimista tan manido.

Lógicamente, no critico que defiendan su inocencia. Aunque en casos como el de Monedero puedan apreciarse conductas cuando menos sospechosas, no pretendo erigirme en juez ni dar por sentada su culpabilidad. Lo que me chirría es, precisamente, ese victimismo del que hacen gala, como si los medios de comunicación estuvieran enfocados en exclusiva a socavar sus aspiraciones

No se puede negar que en determinados medios se aprecia una pertinaz voluntad de poner de relieve la más mínima mácula que pueda descubrirse entre los miembros más destacados del partido. Pero, en primer lugar, es hasta cierto punto comprensible ese escrutinio extremo de los comportamientos de un movimiento que siempre ha hecho gala de una integridad que contrastaría con el corrompido sistema de la casta política. ¿Es ilógico indagar sobre la solidez de este discurso?

En segundo lugar, si algo positivo tiene la abundancia de medios y portales de comunicación que caracteriza el momento actual es que, aunque muchos de ellos (quizás, la mayoría) actúen como voceros de unos determinados intereses políticos, existen visiones representantivas de la práctica totalidad del espectro ideológico y político y, por ende, existen medios dispuestos a desvelar las corruptelas e ilegalidades de políticos de cualquier signo. ¿Sería Podemos hoy una pujante fuerza política si los medios de comunicación no hubiesen desvelado las indecentes realidades de la trama Gurtel, la red Púnica, el escándalo de los Eres en Andalucía, las tarjetas 'Black' de Bankia o los negocios irregulares de la familia Pujol en Cataluña?

Por último, entiendo que para un partido que se presenta con el objetivo de hacer de la transparencia un elemento básico de la política, el persistente examen de sus conductas por parte de los medios de comunicación debería ser entendido como una oportunidad de convertir en hechos sus promesas.

Pero es ahí donde más veo flaquear el discurso comunicativo de Podemos. La pasada semana tuve la oportunidad de escuchar a otro de los miembros más conocidos del partido, Luis Alegre, durante su intervención en una tertulia política matutina en televisión. Entre las habituales interrupciones y exabruptos que suelen escucharse en este tipo de programas, los distintos tertulianos dieron a Alegre la oportunidad de responder a cuestiones simples como ¿por qué Monedero no da la cara ante los medios para explicar la realidad de los cobros bajo sospecha? ¿Y por qué no enseña las facturas o algún documento similar que verifique la legalidad de sus actividades? Las respuestas, debo decir, dejaron mucho que desear. Además de falsear la realidad, al decir que Monedero habría pagado los mismos impuestos tributando sus ingresos por medio de cualquiera de las modalidades disponibles, Alegre explicó que Monedero se esconde para no alimentar el ruido político (¿no es ruido político lo que intencionadamente ha estado alimentando Podemos desde su nacimiento?) y las facturas...ya las enseñará (ya tal, que diría el bueno de Mariano). Vaya hombre, en pleno ataque furibundo de los medios y las instituciones, Monedero se lo toma con calma...y es que no debemos olvidar que estamos en época de exámenes y el hombre debe ir hasta arriba de trabajo.

Hay que decir, que, al fin, hoy Monedero ha realizado unos declaraciones a una televisión, en las que, nuevamente, las quejas y protestas por estar siendo víctima de una persecución se han superpuesto a las explicaciones. Más tarde, en su blog ha escrito un post que abunda en la teoría de la conspiración, con una argumentario que sonroja por su simpleza.

Puede que su comportamiento en el cobro y tributación hayan sido inmaculados. Puede ser también (y no es nada descartable) que desde las propias instituciones del Gobierno se estén filtrando informaciones tendentes a deslegitimarle a él y a su propio partido como alternativa. Pero lo que es seguro que podemos y debemos demandar a Monedero y a los suyos que empiecen a practicar esa transparencia de la que tanto alarde hacen. Desde Podemos y otras fuerzas que se presentan como regeneradoras del panorama político han hecho de la mera sospecha de conductas ilícitas un arma de ofensiva política que ahora que se dirige contra ellos repudian.

Hace tiempo que Podemos ha demostrado saber hacer un efectivo uso de la comunicación para hacer llegar sus mensajes a la ciudadanía. Ahora les queda demostrar que también están dispuestos a comunicar y a explicar cuando son ellos los que están bajo la sombra de la sospecha. Y cuanto antes lo hagan, mayor favor harán a la credibilidad de su discurso. Poder, pueden comunicar. ¿Quieren?

lunes, 4 de febrero de 2013

De reos, fusileros y la Santa Inquisición

Compareció Mariano. Con rostro compungido; serio, mientras leía su testamento. Como el reo que pone rostro al pelotón de fusileros, que esperan una simple orden para hacer volar su crisma. Pero la puesta en escena tenía truco. Entre el reo y sus verdugos se erigía un muro infranqueable y los furibundos disparos de éstos sólo amenazaban a una pantalla de plasma -víctima dolorosa para una familia media, pero no para un colectivo guiado por un tesorero dadivoso-.

Lo cierto es que Mariano trocó el dar la cara por el plasma. Rehuyó el contacto directo con la prensa, "porque no hacía falta", según algunos de sus acólitos. Y ahí radica la cuestión; para Mariano, no hace falta dar la cara. No lo hizo cuando le correspondía el papel principal de oposición al Gobierno. Mariano se atrincheró y esperó a que se carcomieran los cimientos que sostenían el candoroso sistema gubernamental de Zapatero y sus cervatillos. Ahora, desde la condición de líder del poder Ejecutivo, sostiene la misma estrategia: el mutismo es la mejor respuesta. Podría pensarse, no sin razón, que Mariano trata de evitar el tiro malicioso del pelotón fusilero, que espera el mínimo descuido para hacer diana en su objetivo. La debilidad (por muy poco fundamentada que pueda estar) compone el escenario favorito para los amigos de la carroña informativa. Pero no debería olvidar el señor presidente del Gobierno que esa cuadrilla de medios (des)informativos, capaces de detectar miradas amenazantes y gestos delatores de un nerviosismo incontestable en imágenes de lo más común, son reflejo de al menos parte de esa sociedad a la que le toca gobernar y que, tras otorgarle su confianza en las urnas, exige ahora respuestas.

Y las respuestas que recibe no le convencen. La sociedad (parte de ella, por supuesto) se ha enfundado los ropajes de la Santa Inquisición. Podría aguardar a que los tribunales dictaran sentencia; pero no, ellos están coaligados con el pecado, no actúan en consonancia con la ley sagrada. Así, esa sociedad trasvestida en santo tribunal ofrece al reo la opción de justificarse. Pero no le interesan sus respuestas. El reo niega, anuncia acciones contra los difusores de esa información. "Ah, es lo que hacen todos los culpables", denuncian los inquisidores. Mariano se aferra a su declaración de la renta como salvaguardia de su honorabilidad. "Nos toma por tontos", espeta el tribunal. Y cierto es que Mariano está dando razones a la Inquisición para que sienta que le hace mofa. La declaración de la Renta no vale como prueba de su inocencia. ¿Pero existe algún documento que pueda probarla? La respuesta, lógicamente, es no.

Así que privado de la opción de aguardar la sentencia de la Justicia ordinaria (también porque para nuestro código legislativo el delito fiscal parece resultar un error sin importancia), sin credibilidad para negar las acusaciones y sin posibilidad de acreditar con pruebas su inocencia, Mariano queda expuesto sin remisión al justo dictado del santo tribunal, que ya ha determinado su culpabilidad y le expone a la tesitura de asumir para sí todas las culpas o delatar al resto de sus cómplices.



No se puede culpar al tribunal, a la sociedad. Muchos indicios parecen mostrar esa culpabilidad, pocos apoyan la honradez de la clase política. "¡Son una casta corrompida!", aducen los que apuestan por remover sillones. ¿Una casta? Quizás esa fuera la mejor de las realidades. De ese modo, apartando a la camarilla que ha maquinado todo este supuesto entramado de choriceo vulgar, la honradez volvería a imperar. Pero antes de inclinarnos a dar por válido este final feliz, invito a cada uno a representarse en un contexto en el que les ofrecieran ser partícipes de un sistema en el que la recepción de gratificaciones monetarias (fuera de la ley, por supuesto) resultara una práctica firmemente instalada de la que se benefician (casi) todos. ¿Cuántos rehusarían la invitación? Y de esos, ¿cuántos lo denunciarían? Lamento sospechar que no muchos más de los que denunciarían al pintor o al mecánico (valga el ejemplo, sin ánimo de mancillar ningún oficio) que les insta a pagar sus servicios sin asumir impuestos. Tal vez la camarilla corrompida sea más amplia de lo que creemos. Tal vez la corrupción duerma en el seno de la misma Inquisición.  

domingo, 15 de julio de 2012

Pues no haber votado a Rajoy...

"Pues no haber votado a Rajoy" o su derivada "gracias a todos los que votaron al PP" se han convertido en una especie de cliché de la crítica política en los últimos tiempos. Se trata de una sentencia seca, arrojadiza, de la que manan distintos mensajes: por un lado, una especie de reproche condescendiente, como si te dijeran "vale, ya lo has hecho y no tiene remedio, pero te lo avisé y ahora por tu culpa estás jodido tú y también yo". Esto, por otra parte, también implica la idea de que la errónea elección de Rajoy y su equipo contaba con una alternativa que se ha demostrado mucho más idonea.

Voy a ser directo (contra mi tendencia habitual): me crispan esos mensajes. Cuento con la legitimidad de poder escribir estas líneas como no votante del PP (ni de ningún otro partido, si a alguien le interesa). Mi deserción de mis 'obligaciones' como votante no responde a ningún tipo de desidia o desinterés, sino a mi pesimismo respecto a la clase política, que parte de un desaliento general sobre el ser humano. Pero no estamos aquí para filosofar sobre la condición humana...

Volvamos a Rajoy y su gobierno. Tras siete meses de mandato se puede considerar que uno de los principales resultados de su gestión ha sido alcanzar un enorme grado de contestación social. Para ser rigurosos, hay que decir que ya desde un principio partía de un alto nivel el rechazo entre quienes no le brindaron su apoyo en las elecciones. Hoy, las críticas, más o menos furibundas, al Gobierno son el pan de cada día en redes sociales, tertulias de bar, medios informativos y hasta en las calles. "¿Dónde está nuestro error sin solución?", podría preguntarse el bueno de Mariano, mientras le lanzan la burda acusación de querer acabar "con todo".

Pues bien, los errores son muchos. No creo que pueda sorprendernos, tras tantos años de "liderazgo" de la oposición, que Rajoy actúe como un gobernante medroso, poco proclive a dar la cara, y afectado en no pocas ocasiones por el virus, tan habitual entre los políticos, que les empuja a actuar midiendo el coste político de cada una de sus decisiones. De ahí derivan varias medidas que podemos considerar meras patadas hacia adelante, con el único fin de procurar escurrir el bulto. Y todo esto condicionado por las inconscientes promesas y críticas que lanzaron los populares antes de alcanzar el poder y que se les han venido abajo, una tras otra, por la presión de las circunstancias.

Atendiendo a esto, ¿es lógico considerar a Rajoy, Guindos, Montoro, Soria y compañía los adalides de la destrucción? ¿la tuneladora del bienestar? ¿los verdugos de los progresos sociales con el fin de favorecer a sus compinches banqueros y los destructivos y especuladores mercados, capaces de arrasar su propio mundo con tal de ganar unos milloncejos? ¡Quieren acabar con todo! ¿En serio?

Veamos. De la batería de medidas que recientemente ha presentado el PP, y que -qué duda cabe- penalizan con dureza al común de los ciudadanos que ya hacemos malabares para subsistir, una de las que más revuelo ha causado es la de elevar el IVA -otra de las mencionadas promesas rotas del Gobierno-. Desde mis escasos conocimientos del mundo económico, también considero ésta como una medida ineficiente, por desincentivadora del consumo, a la par que incentivadora del fraude. El tan tristemente común "¿se lo cobro con IVA o sin IVA?" puede convertirse en 'trending topic' del chanchulleo callejero. 

Pocos dudamos de que esta medida responde a las exigencias -recomendaciones, dicen otros- de Europa, para aportar su auxilio a la banca española. No entraba en los planes del Gobierno, que ha acabado cediendo a las presiones europeas. ¿Era necesario asumir estos sacrificios sólo por complacer una vez más a los malvados bancos? ¿No había otras alternativas?

Respecto a la primera cuestión, la referida al también criticadísimo apoyo público a la banca, es conveniente tener en cuenta una serie de realidades. España se encuentra hoy en día en una situación crítica, derivada de innumerables ineficiencias económicas internas y también de problemas y errores exteriores -sí, siempre defendí que se rezumaba la misma ignorancia de los intentos por eximir al Gobierno de Zapatero de la crisis de España, que de las acusaciones que hacían recaer todas las culpas en él-. La primera manifestación de esos problemas la tenemos en la dichosa prima de riesgo, que no refleja otra cuestión que la dificultad del país para conseguir la financiación con la que cumplir con sus obligaciones básicas. "Pero eso es por culpa de los especuladores, que quieren enriquecerse a costa de hundir a España". Como sea, pero esos mismos "especuladores" están invirtiendo en deuda en Alemania, Suiza, Dinamarca, Holanda o Francia incluso pagando. En España ocurre todo lo contrario, porque se desconfía de sus cuentas, de su capacidad de pago...Como consecuencia, los inversores extranjeros rehuyen la deuda española, mientras los bancos españoles se convierten en casi únicos exclusivos compradores de la misma. La banca, apoyada con dinero público, es al mismo tiempo casi sostén exclusivo del Estado y sus necesidades de financiación. ¿Qué pasaría si se dejara caer a los bancos españoles? Pues que no comprarían deuda, los costes de emisión se dispararían aún más y entonces...parece inevitable un rescate global de España. Se trata de un dañino bucle que une el destino de bancos y estados, a causa de la apelación al endeudamiento que caracterizó el crecimiento de los años anteriores. Un problema que habrá que resolver, pero que necesita tiempo.

En cuanto a la posibilidad de alternativas, el Gobierno ha lanzado la idea de que los últimos recortes eran ineludibles. Otras voces han puesto en cuestión esto. Debatiendo con mi queridísimo amigo Feliciano González la pasada noche, considerábamos la posibilidad de que el Gobierno hubiera presentado a Europa otras medidas de ahorro de impacto seguramente más eficaz y menos dañinas para los ciudadanos de a pie. El problema, a mi entender, es que Europa reclama gestos inmediatos y no promesas difusas. ¿Por qué? Porque no nos creen. ¿Las razones? Muchas. En agosto de 2011 el BCE pasó a la compra de deuda pública española e italiana, para reducir la presión del mercado. En aquel entonces, el empeño de Europa era que los países cumplieran con un objetivo de déficit que si bien Italia alcanzó con creces, en el caso de España, y pese a las promesas del Gobierno de que se cumpliría, acabó resultando muy por encima de lo esperado. Eso y otras muchas cuestiones propician que, si se quiere el apoyo europeo, se nos exijan muestras de sacrificio: una especie de penitencia con la que los países que nos dan su auxilio puedan vender a sus ciudadanos que, al mismo tiempo que nos ayudan, castigan nuestros desmanes.

Entonces,¡estamos intervenidos! Por supuesto, precisamente desde que el BCE empezó a comprar deuda española el pasado año, los Gobiernos nacionales -el anterior y el actual- se han visto constreñidos por una hoja de ruta, cada vez más inflexible, que marcan nuestros socios europeos. Es normal y es hasta deseable si lo que se persigue es formar parte de una auténtica unión monetaria: ésta necesita objetivos fiscales comunes y debe corregir los desfases. Podemos debatir si la política europea resulta "mezquina", como la han tachado algunos periodistas nacionales, demasiado inflexible e ineficaz. La realidad es que con todos sus fallos se trata de la política de la comunidad de países en la que estamos integrados. Pero sí hay alternativas:  asumir las condiciones de nuestro exclusivo y rancio club o tomar la puerta de salida...

¿Y si nos salimos? Haciendo un ejercicio de recreación ficticia -y recordando que mis conocimientos de economía parten de haber jugado al Monopoly y poco más-, no resulta complejo imaginar el escenario subsiguiente. España abandona el euro y regresa a una moneda nacional -lo mismo nos dan pesetas que reales-. Inmediatamente y, como consecuencia de su impago de la deuda previamente contraida, España pierde toda capacidad de financiarse en el exterior, su divisa pierde valor a marchas forzadas y resulta muy complicado abastecerse de elementos indispensables para el desarrollo como la energía -porque, lamentablemente, nuestra minería no es capaz de abastecer al conjunto del país...-. "Pero de eso, se sale". Sin duda. La bancarrota fue casi una constante en épocas pretéritas en España y aquí seguimos. Las consecuencias, eso sí, no son ni de lejos menos dañinas que las de la situación actual.

Decisiones impopulares, forzosas e ineficaces...al menos hasta ahora. Las medidas que ha puesto en marcha el Gobierno están muy lejos de lograr la reactivación de la economía española o, al menos, el fin de la presión de los mercados sobre España. Es posible que las últimas medidas tampoco obtengan el resultado deseado -no olvidemos que nos movemos en una economía global en la que hoy imperan más las dudas, que las expectativas-. E incluso puede ser que Rajoy y su gobierno abandonen sus responsabilidades, ya sea dentro de 4 años, o en menos tiempo, dejando al país en peor situación de como lo tomaron.

Por lo tanto, ¿podemos decir que tantos sacrificios no han dado un sólo resultado positivo? Yo, pese a mi irremediable desconfianza hacia los políticos, considero que no. Creo que las limitaciones al endeudamiento público, hasta el lógico déficit cero -es decir: tanto tienes, tanto gastas-, el fin de las cajas de ahorros como tradicional herramienta de mangoneo político, la racionalización de la Administración Pública o el acotamiento del libre albedrío de corporaciones locales y autonómicas a la hora de gastar son pasos -en muchos casos, cortos y francamente mejorables, también es cierto- en la dirección correcta, que deberían servir para que, en el futuro, no se repitan muchas de las situaciones que estamos viviendo hoy. Aunque, claro, no me extrañaría que, en no mucho tiempo, alguien al frente del Gobierno de España encuentre razones para deshacer esa senda y entremos de nuevo en una rueda que nos condenará, a modo de saga infame, al regreso del "Quieren acabar con todo". Y ya sabemos que segundas partes nunca fueron buenas...

P.D: En compensación a quien, en un alarde de osadía, haya llegado hasta el final de esta retahíla de pensamientos -tan ignorantes como bien intencionados- le quiero gratificar con un magnifico hit que hizo mover las caderas de los españoles allá por 2008, cuando fuimos los mejores y hablar de crisis era desleal...



sábado, 26 de mayo de 2012

El SúperMercado de los horrores (o errores)


Dicen los entendidos que nos enfrentamos a una crisis, en gran medida, de confianza. No pocos se atreven a afirmar que los inversores, y en cierto modo también los ciudadanos, manifiestan un pavor irracional hacia los riesgos que les acechan. Los problemas económicos de España e Italia no son los de Grecia, Irlanda o Portugal, apuntan. Las dificultades de Bankinter o BBVA nunca se asemejarán a las de Bankia, insisten. Y es muy probable que tengan razón, pero ¿estamos seguro de que el miedo del mercado es irracional?

Imaginemos por un momento que en nuestro barrio se ha creado un proyecto comercial innovador. Todas las tiendas de los alrededores han decidido unirse para crear un gran SúperMercado que servirá para ofrecer a los consumidores productos mejores, más sanos, más accesibles y a mejor precio. Ahí está Ángela, la dueña de la tienda de embutidos; Nicolás, el propietario de la panadería en la que se hacen esos cruasanes que tanto gustan en casa; Silvio, el más afamado pizzero de toda la región; José Luis y Mariano, maestros paelleros; Anibal, pescadero especialista en la preparación de bacalao; y el encargado de la pequeña tienda de lácteos de la esquina, Giorgio.

La puesta en marcha de aquel gran SúperMercado resulta todo un éxito, pese a alguna protesta porque, "¿y aquello de que iban a bajar los precios?", se quejaban las sufridas amas de casa de la zona. Pero el mercado crecía y crecía, nadie en el barrio pensaba en irse a comprar a otro lado, e incluso de fuera se acercaban para adquirir los productos de aquel coloso del comercio. Las peticiones de tenderos para formar parte de tan innovador y exitoso proyecto se multiplicaban. Hasta que...

Estarán conmigo en que hasta los proyectos y personas más exitosos deben enfrentar en algún momento dificultades. Messi ha fallado algún penalti importante, Apple ha decepcionado con alguno de sus productos, y David Bustamante ha hecho alguna canción mala (en serio te lo digo...). Y la clave del éxito está en saber hacerle frente a esas dificultades. Pues sí, el SúperMercado también vivió uno de esos momentos en los que uno piensa, "con lo bien que estaría si me hubiese quedado tranquilito en casa".

Verán, la cuestión es que, después de que muchos consumidores lo denunciaran, un día Giorgio reconoció que había estado saltándose los controles de calidad y vendiendo productos caducados. ¡Yogures caducados! Ya, sí, lo sé: "Pues mi madre dice que los yogures caducados se pueden comer". Pero no, estos estaban muy caducados, caducadísimos.

Y los gestores del SúperMercado lo tuvieron clarísimo:
-          “Ah, no sé, a mí no me digas nada. La culpa es suya”, decían una y otra vez.
-          “¿Pero ustedes no aseguraban que controlaban la calidad de todos los productos, para sólo vender los mejores?”
-          “Sí, claro, nosotros los examinábamos…bueno, íbamos y les preguntábamos si eran buenos. Pero nos mintieron…

Entenderán que los compradores quedaran perplejos. Y aunque el SúperMercado aseguró que devolvería a los compradores el dinero gastado en yogures caducados y se encargaría de que la tienda de lácteos mejorara la calidad de sus productos, lo cierto es que Giorgio cada vez vendía lácteos de peor calidad y el SúperMercado acabo diciendo a los compradores que no les devolvería lo gastado. Habían comprado mal sus productos y tendrían que apechugar.

Evidentemente, cuando se extendieron los rumores de que Anibal, José Luis y Mariano y Silvio también estaban vendiendo productos de mala calidad, los compradores, pese a la insistencia de los directores del SúperMercado de la falsedad de tal acusación, decidieron evitar estas tiendas. “También nos decían que los yogures de Giorgio eran buenos, y mira…”, se oía en las conversaciones a pie del mercado. Los pocos osados que aún se acercaban a los comercios en duda, exigían unos descuentos desorbitados a sus vendedores. Y aquellos comercios acabaron quebrando.

Lo sé. No es una metáfora muy lograda. Pero esta simple historieta sirve para comprender por qué, lo que empezó siendo como un problema griego se ha convertido en un fenómeno que amenaza con destruir a la Unión Europea, sin necesidad de recurrir a paranoicas historias sobre la vileza de los mercados, que se dedican a hundir países por puro entretenimiento. Grecia engañó con sus cuentas, en su debe queda. Pero…¿eso no lo controlaba Europa? ¿tan fácil resulta falsear estos datos? Entonces, ¿quién me asegura que estos otros países no están peor de lo que dicen sus cuentas? Y Europa, gritando desde su poltrona: “Que no, que no. Que estos están bien. Juraíto”. Ya. Por si acaso, yo, si compro deuda de estos países exigiré un descuento. Si no, que se la vendan a otro.

Claro está que si todos, o casi todos los compradores toman una decisión así, los países en el foco de las dudas tendrán que ofrecer suculentos descuentos para conseguir vender su mercancía, su deuda. Y si encima se va dando pie a que aumenten esas dudas, apaga y vámonos. Porque sí, lejos de acabar con esas incertidumbres, desde Europa, desde cada uno de los países, se han ido generando más motivos para la desconfianza: los bancos supuestamente sanos, quiebran; los países que no necesitaban rescates, son rescatados; y los déficits que prometían ser de un determinado nivel, van creciendo mes a mes, como en una subasta para ver hasta qué punto es capaz de alcanzar el descrédito.

En un SúperMercado tan poco ordenado, ¿harían ustedes sus compras? Yo, mi decisión la tendría muy clara…si tuviera dinero y si no estuviera ya atrapado en él.

viernes, 30 de marzo de 2012

Cifras y letras. De la huelga general y el grito del pueblo

No deja de llamarme la atención la guerra de datos que acompaña a toda huelga o manifestación. En el espacio en el que unos pocos ven apenas unos cientos de cabezas discrepantes, los otros son capaces de contar millones de personas, representantes de la voz crítica del pueblo. Unos y otros acusan al bando rival (¿?) de manipular a su favor las cifras y responden con una hipérbole contable aún mayor.

¿Hasta qué punto es lógica esta obsesión por las cifras? No creo que una protesta esté más justificada cuanto más apoyo tenga -ejemplos tenemos cientos de multitudinarias reivindicaciones difícilmente justificables- y me niego a admitir que un pequeño grupo de escasos centenares de personas, por su número, pierdan razón al esgrimir sus argumentos.

Pero los números pesan más que las razones cuando se trata de hacer patente una rivalidad. Y ese es, desde mi perspectiva, el uso que hacen unos y otros (más unos que otros) de los datos y de la realidad. Los sindicatos, parapetados aún (tantos años después) en el manido argumento de "han llegado los malos, sólo quieren quitarnos nuestros derechos". ¡Bienvenidos a la Edad Media 2! -y yo aún sin aprobar la primera...-. Otros se alegran al ver (o al menos expresar) que sus "rivales" han perdido fuerza desde que se manifestaron el año anterior, en los estertores del Gobierno de ZP. Realmente, ¿a alguien le importa eso?

Es evidente que una gran masa de la población es contraria a la reforma laboral. Habrá quien lo sea, tras un análisis sincero de la misma y con argumentos totalmente válidos; habrá quien apenas conozca los titulares y crea justificado a partir de éstos oponerse abiertamente a la reforma; y es posible, incluso, que un grupo se oponga sin saber ciertamente a qué se opone, sólo por venir de donde viene la reforma.

¿Hasta qué punto alcanza esta protesta? No tengo ni idea, pero si se trata de cifras, no resulta muy complicado intuir que, de los casi 11 millones de personas que votaron al PP hace apenas cuatro meses -el 44% de los votantes- muy pocos pueden estar incluidos en esa masa de protesta, básicamente porque esta reforma era la base de su programa.

Ahora bien, carezco de conocimientos -y esto tampoco sorprenderá a quien me conozca- para considerar positiva o negativa la reforma laboral. Es evidente que se limitan -y mucho- unos elementos que el trabajador considera parte de su seguridad y se le da mayor libertad de maniobra al empresario. Pero, no deja de ser paradójico que, hoy, cuando hay 5 millones de personas en el paro, cuando las empresas echan una tras otra el cierre, y las pocas personas que con fortuna encuentran un trabajo suelen hacerlo en condiciones poco ventajosas (contratos por obra, temporales, etcétera), se clame porque se pueda reducir la indemnización por despido. Pero al ritmo al que vamos, ¿va a quedar alguien con derecho a esa indemnización en unos años?

No se me malinterprete, no niego que esto pueda resultar un problema para muchos -no presente, no obstante, dado que la ley no tiene carácter retroactivo-. Pero no considero un problema menor el de los millones de personas -y cada vez más- que hoy carecen de empleo y de forma para ganarse la vida. Por esa razón, creo que es necesario un cambio en el sistema; que éste sea el camino no es algo que me vea capacitado a determinar, los resultados serán cuestión de tiempo... Y ahí sí será difícil que podamos jugar con las cifras.

P.D: Sin ánimo de restar legitimidad y valor a los miles de personas que ayer se manifestaron en contra de la reforma laboral, vaya por aquí mi más sincero desprecio a esos grupos (convencido estoy de que mínimos), que acosan, insultan y hasta agreden a quienes con total libertad -¿de eso se trata, no?- deciden obviar la huelga y trabajar...

viernes, 10 de febrero de 2012

Hooligans de la justicia

Minuto 87. Camp Nou. Con empate a 1 en el marcador, Barcelona y Real Madrid disputan un encuentro trascendental para el desenlace de la liga 2052-2053. El conjunto blaugrana, entrenado por Bojan Krkic, apura sus opciones a la desesperada; el empate favorece a sus rivales. En una veloz internada Andresín Iniesta, nieto de aquél que nos dio nuestro primer y único mundial, se interna en el área madridista y dispara con fiereza. El balón se dirige con peligro hacia el marco madridista, pero en su trayectoria se interpone la mano de un central portugués del Real Madrid  (algo brusco en su juego, pero de buen corazón). El caso es que el balón se detiene y al instante un clamor se extiende por todo el estadio. Y el clamor torna en ira al comprobar que el colegiado obvia la acción y deja seguir continuar el juego sin sancionar la infracción. Aquel partido concluyó en empate y la liga quedó casi sentenciada en favor del Real Madrid.
La indignación se apoderó desde el primer momento de la hinchada barcelonista, que clamó contra el colegiado, la federación, la UEFA, la FIFA, el Gobierno y cualquier estamento con un mínimo de responsabilidad en la organización del fútbol. Se organizaron incluso manifestaciones contra lo que consideraban un “nuevo robo urdido en la Meseta”, “una nueva muestra de la persecución a la que sometían los árbitros al Barça”; en resumen, “Villarato” (sí, Villar seguía presidiendo la federación). Lo más curioso, es que el grueso de los manifestantes eran los mismos que una semana antes, tras un error arbitral que había escatimado un penalti a Las Palmas (no tengan ninguna duda de que Las Palmas había regresado a la máxima categoría) contra el Barcelona, lo habían achacado a la complejidad de la labor arbitral. “Esto es fútbol, unas veces te dan y otras te quitan”, afirmaban con rotundidad.
El ejemplo es burdo, pero válido (también valdría a la inversa, pero déjenme soñar con que para 2053 el Real Madrid sea el dominador de la Liga). “El juicio de la vergüenza”, es el lema bajo el que se han presentado los defensores de Baltazar Garzón. “Ataque político” es la calificación más usada para la unánime condena al juez por su actuación en la investigación de las corruptelas del caso Gürtel. Pocos buscan una justificación para la falta que se le imputa, la de pisotear derechos comunes a todos (incluso para los más corruptos); quizás, la mayoría ni siquiera sepa las razones del fallo y muy pocos se habrán parado a leer siquiera unas líneas del mismo. No importa. Lo que se respira es un ambiente de compañerismo: todos somos Garzón, porque Garzón es de los nuestros.
No deja de ser curioso que un juez alcance un grado de apoyo sólo superable por los grandes clubes deportivos. De fondo, sin dudar de que haya excepciones, trasciende una ira de grupo herido. Como la afición que se siente damnificada por una decisión arbitral. Han perjudicado a “los nuestros”, lo hacen a mala fe; son “los malos”. Por esa misma razón, esos mismos lamentaban los fallos favorables a “los otros”, como el que exculpaba a Francisco Camps y Ricardo Costa, hace apenas unas semanas. Esos mismos celebraban a la justicia cuando inició la persecución contra estos y otros cargos afines a “los otros”, en los albores del caso. Pero esa justicia se ha visto desvirtuada por la influencia de “los otros”, y los justos pagan, mientras los criminales, corruptos y ladrones se regocijan en la calle.
Me sorprende la convicción que suele acompañar a estas ideas. Estos son “culpables”; estos “no”. ¿Por qué? “Es evidente”, será la respuesta: “Acaso tú crees que Camps es inocente”. Pues no, no lo creo, y desde un principio imaginé que su juicio iba a acabar en nada. Pero no me siento capacitado para enjuiciar la labor de magistrados, fiscales y jurados. Por muy grotesco que nos parezca todo al conocer por los medios la “amistad del alma” que unía al expresidente de la Comunidad Valenciana con aquel presumiblemente corrupto al que quería “un huevo”. Del mismo modo, tampoco tengo los conocimientos legales para valorar en profundidad la condena de Garzón; pero lo que me trasciende es que la justicia tiene armas para frenar los excesos de la propia justicia. Desde una actitud ‘bienpensante’ podríamos considerarnos defendidos. Pero, lamentablemente, no creo que fuera eso lo que celebraban la mayoría de los que ayer brindaban por la sentencia; mientras que la multitud que, enardecida, la criticaba, pasaba totalmente por alto cualquier visión de este tipo. Lo que importa es que han condenado a uno de “los nuestros”, a uno de “los buenos”. El pueblo ha hablado: ¡viva la justicia asamblearia!