sábado, 26 de mayo de 2012

El SúperMercado de los horrores (o errores)


Dicen los entendidos que nos enfrentamos a una crisis, en gran medida, de confianza. No pocos se atreven a afirmar que los inversores, y en cierto modo también los ciudadanos, manifiestan un pavor irracional hacia los riesgos que les acechan. Los problemas económicos de España e Italia no son los de Grecia, Irlanda o Portugal, apuntan. Las dificultades de Bankinter o BBVA nunca se asemejarán a las de Bankia, insisten. Y es muy probable que tengan razón, pero ¿estamos seguro de que el miedo del mercado es irracional?

Imaginemos por un momento que en nuestro barrio se ha creado un proyecto comercial innovador. Todas las tiendas de los alrededores han decidido unirse para crear un gran SúperMercado que servirá para ofrecer a los consumidores productos mejores, más sanos, más accesibles y a mejor precio. Ahí está Ángela, la dueña de la tienda de embutidos; Nicolás, el propietario de la panadería en la que se hacen esos cruasanes que tanto gustan en casa; Silvio, el más afamado pizzero de toda la región; José Luis y Mariano, maestros paelleros; Anibal, pescadero especialista en la preparación de bacalao; y el encargado de la pequeña tienda de lácteos de la esquina, Giorgio.

La puesta en marcha de aquel gran SúperMercado resulta todo un éxito, pese a alguna protesta porque, "¿y aquello de que iban a bajar los precios?", se quejaban las sufridas amas de casa de la zona. Pero el mercado crecía y crecía, nadie en el barrio pensaba en irse a comprar a otro lado, e incluso de fuera se acercaban para adquirir los productos de aquel coloso del comercio. Las peticiones de tenderos para formar parte de tan innovador y exitoso proyecto se multiplicaban. Hasta que...

Estarán conmigo en que hasta los proyectos y personas más exitosos deben enfrentar en algún momento dificultades. Messi ha fallado algún penalti importante, Apple ha decepcionado con alguno de sus productos, y David Bustamante ha hecho alguna canción mala (en serio te lo digo...). Y la clave del éxito está en saber hacerle frente a esas dificultades. Pues sí, el SúperMercado también vivió uno de esos momentos en los que uno piensa, "con lo bien que estaría si me hubiese quedado tranquilito en casa".

Verán, la cuestión es que, después de que muchos consumidores lo denunciaran, un día Giorgio reconoció que había estado saltándose los controles de calidad y vendiendo productos caducados. ¡Yogures caducados! Ya, sí, lo sé: "Pues mi madre dice que los yogures caducados se pueden comer". Pero no, estos estaban muy caducados, caducadísimos.

Y los gestores del SúperMercado lo tuvieron clarísimo:
-          “Ah, no sé, a mí no me digas nada. La culpa es suya”, decían una y otra vez.
-          “¿Pero ustedes no aseguraban que controlaban la calidad de todos los productos, para sólo vender los mejores?”
-          “Sí, claro, nosotros los examinábamos…bueno, íbamos y les preguntábamos si eran buenos. Pero nos mintieron…

Entenderán que los compradores quedaran perplejos. Y aunque el SúperMercado aseguró que devolvería a los compradores el dinero gastado en yogures caducados y se encargaría de que la tienda de lácteos mejorara la calidad de sus productos, lo cierto es que Giorgio cada vez vendía lácteos de peor calidad y el SúperMercado acabo diciendo a los compradores que no les devolvería lo gastado. Habían comprado mal sus productos y tendrían que apechugar.

Evidentemente, cuando se extendieron los rumores de que Anibal, José Luis y Mariano y Silvio también estaban vendiendo productos de mala calidad, los compradores, pese a la insistencia de los directores del SúperMercado de la falsedad de tal acusación, decidieron evitar estas tiendas. “También nos decían que los yogures de Giorgio eran buenos, y mira…”, se oía en las conversaciones a pie del mercado. Los pocos osados que aún se acercaban a los comercios en duda, exigían unos descuentos desorbitados a sus vendedores. Y aquellos comercios acabaron quebrando.

Lo sé. No es una metáfora muy lograda. Pero esta simple historieta sirve para comprender por qué, lo que empezó siendo como un problema griego se ha convertido en un fenómeno que amenaza con destruir a la Unión Europea, sin necesidad de recurrir a paranoicas historias sobre la vileza de los mercados, que se dedican a hundir países por puro entretenimiento. Grecia engañó con sus cuentas, en su debe queda. Pero…¿eso no lo controlaba Europa? ¿tan fácil resulta falsear estos datos? Entonces, ¿quién me asegura que estos otros países no están peor de lo que dicen sus cuentas? Y Europa, gritando desde su poltrona: “Que no, que no. Que estos están bien. Juraíto”. Ya. Por si acaso, yo, si compro deuda de estos países exigiré un descuento. Si no, que se la vendan a otro.

Claro está que si todos, o casi todos los compradores toman una decisión así, los países en el foco de las dudas tendrán que ofrecer suculentos descuentos para conseguir vender su mercancía, su deuda. Y si encima se va dando pie a que aumenten esas dudas, apaga y vámonos. Porque sí, lejos de acabar con esas incertidumbres, desde Europa, desde cada uno de los países, se han ido generando más motivos para la desconfianza: los bancos supuestamente sanos, quiebran; los países que no necesitaban rescates, son rescatados; y los déficits que prometían ser de un determinado nivel, van creciendo mes a mes, como en una subasta para ver hasta qué punto es capaz de alcanzar el descrédito.

En un SúperMercado tan poco ordenado, ¿harían ustedes sus compras? Yo, mi decisión la tendría muy clara…si tuviera dinero y si no estuviera ya atrapado en él.

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