Minuto 87. Camp Nou. Con empate a 1 en el marcador, Barcelona y Real Madrid disputan un encuentro trascendental para el desenlace de la liga 2052-2053. El conjunto blaugrana, entrenado por Bojan Krkic, apura sus opciones a la desesperada; el empate favorece a sus rivales. En una veloz internada Andresín Iniesta, nieto de aquél que nos dio nuestro primer y único mundial, se interna en el área madridista y dispara con fiereza. El balón se dirige con peligro hacia el marco madridista, pero en su trayectoria se interpone la mano de un central portugués del Real Madrid (algo brusco en su juego, pero de buen corazón). El caso es que el balón se detiene y al instante un clamor se extiende por todo el estadio. Y el clamor torna en ira al comprobar que el colegiado obvia la acción y deja seguir continuar el juego sin sancionar la infracción. Aquel partido concluyó en empate y la liga quedó casi sentenciada en favor del Real Madrid.
La indignación se apoderó desde el primer momento de la hinchada barcelonista, que clamó contra el colegiado, la federación, la UEFA, la FIFA, el Gobierno y cualquier estamento con un mínimo de responsabilidad en la organización del fútbol. Se organizaron incluso manifestaciones contra lo que consideraban un “nuevo robo urdido en la Meseta”, “una nueva muestra de la persecución a la que sometían los árbitros al Barça”; en resumen, “Villarato” (sí, Villar seguía presidiendo la federación). Lo más curioso, es que el grueso de los manifestantes eran los mismos que una semana antes, tras un error arbitral que había escatimado un penalti a Las Palmas (no tengan ninguna duda de que Las Palmas había regresado a la máxima categoría) contra el Barcelona, lo habían achacado a la complejidad de la labor arbitral. “Esto es fútbol, unas veces te dan y otras te quitan”, afirmaban con rotundidad.El ejemplo es burdo, pero válido (también valdría a la inversa, pero déjenme soñar con que para 2053 el Real Madrid sea el dominador de la Liga). “El juicio de la vergüenza”, es el lema bajo el que se han presentado los defensores de Baltazar Garzón. “Ataque político” es la calificación más usada para la unánime condena al juez por su actuación en la investigación de las corruptelas del caso Gürtel. Pocos buscan una justificación para la falta que se le imputa, la de pisotear derechos comunes a todos (incluso para los más corruptos); quizás, la mayoría ni siquiera sepa las razones del fallo y muy pocos se habrán parado a leer siquiera unas líneas del mismo. No importa. Lo que se respira es un ambiente de compañerismo: todos somos Garzón, porque Garzón es de los nuestros.
No deja de ser curioso que un juez alcance un grado de apoyo sólo superable por los grandes clubes deportivos. De fondo, sin dudar de que haya excepciones, trasciende una ira de grupo herido. Como la afición que se siente damnificada por una decisión arbitral. Han perjudicado a “los nuestros”, lo hacen a mala fe; son “los malos”. Por esa misma razón, esos mismos lamentaban los fallos favorables a “los otros”, como el que exculpaba a Francisco Camps y Ricardo Costa, hace apenas unas semanas. Esos mismos celebraban a la justicia cuando inició la persecución contra estos y otros cargos afines a “los otros”, en los albores del caso. Pero esa justicia se ha visto desvirtuada por la influencia de “los otros”, y los justos pagan, mientras los criminales, corruptos y ladrones se regocijan en la calle.
Me sorprende la convicción que suele acompañar a estas ideas. Estos son “culpables”; estos “no”. ¿Por qué? “Es evidente”, será la respuesta: “Acaso tú crees que Camps es inocente”. Pues no, no lo creo, y desde un principio imaginé que su juicio iba a acabar en nada. Pero no me siento capacitado para enjuiciar la labor de magistrados, fiscales y jurados. Por muy grotesco que nos parezca todo al conocer por los medios la “amistad del alma” que unía al expresidente de la Comunidad Valenciana con aquel presumiblemente corrupto al que quería “un huevo”. Del mismo modo, tampoco tengo los conocimientos legales para valorar en profundidad la condena de Garzón; pero lo que me trasciende es que la justicia tiene armas para frenar los excesos de la propia justicia. Desde una actitud ‘bienpensante’ podríamos considerarnos defendidos. Pero, lamentablemente, no creo que fuera eso lo que celebraban la mayoría de los que ayer brindaban por la sentencia; mientras que la multitud que, enardecida, la criticaba, pasaba totalmente por alto cualquier visión de este tipo. Lo que importa es que han condenado a uno de “los nuestros”, a uno de “los buenos”. El pueblo ha hablado: ¡viva la justicia asamblearia!
No podría haberlo expresado mejor. Una cosa es que te guste la sentencia y otra que no la acates.
ResponderEliminarNo condenar a Garzón podría verse como un caso de los poderosos saliendo indemnes, también. Por mucho que duela, tenemos que aceptar todos los devenires judiciales (al margen de que se recurra la sentencia, lo cual es perfectamente legítimo), o si no para qué vamos a aceptar CUALQUIER sentencia. O follamos todos o la puta al río. :(