Compareció Mariano. Con rostro compungido; serio, mientras leía su testamento. Como el reo que pone rostro al pelotón de fusileros, que esperan una simple orden para hacer volar su crisma. Pero la puesta en escena tenía truco. Entre el reo y sus verdugos se erigía un muro infranqueable y los furibundos disparos de éstos sólo amenazaban a una pantalla de plasma -víctima dolorosa para una familia media, pero no para un colectivo guiado por un tesorero dadivoso-.
Lo cierto es que Mariano trocó el dar la cara por el plasma. Rehuyó el contacto directo con la prensa, "porque no hacía falta", según algunos de sus acólitos. Y ahí radica la cuestión; para Mariano, no hace falta dar la cara. No lo hizo cuando le correspondía el papel principal de oposición al Gobierno. Mariano se atrincheró y esperó a que se carcomieran los cimientos que sostenían el candoroso sistema gubernamental de Zapatero y sus cervatillos. Ahora, desde la condición de líder del poder Ejecutivo, sostiene la misma estrategia: el mutismo es la mejor respuesta. Podría pensarse, no sin razón, que Mariano trata de evitar el tiro malicioso del pelotón fusilero, que espera el mínimo descuido para hacer diana en su objetivo. La debilidad (por muy poco fundamentada que pueda estar) compone el escenario favorito para los amigos de la carroña informativa. Pero no debería olvidar el señor presidente del Gobierno que esa cuadrilla de medios (des)informativos, capaces de detectar miradas amenazantes y gestos delatores de un nerviosismo incontestable en imágenes de lo más común, son reflejo de al menos parte de esa sociedad a la que le toca gobernar y que, tras otorgarle su confianza en las urnas, exige ahora respuestas.
Y las respuestas que recibe no le convencen. La sociedad (parte de ella, por supuesto) se ha enfundado los ropajes de la Santa Inquisición. Podría aguardar a que los tribunales dictaran sentencia; pero no, ellos están coaligados con el pecado, no actúan en consonancia con la ley sagrada. Así, esa sociedad trasvestida en santo tribunal ofrece al reo la opción de justificarse. Pero no le interesan sus respuestas. El reo niega, anuncia acciones contra los difusores de esa información. "Ah, es lo que hacen todos los culpables", denuncian los inquisidores. Mariano se aferra a su declaración de la renta como salvaguardia de su honorabilidad. "Nos toma por tontos", espeta el tribunal. Y cierto es que Mariano está dando razones a la Inquisición para que sienta que le hace mofa. La declaración de la Renta no vale como prueba de su inocencia. ¿Pero existe algún documento que pueda probarla? La respuesta, lógicamente, es no.
Así que privado de la opción de aguardar la sentencia de la Justicia ordinaria (también porque para nuestro código legislativo el delito fiscal parece resultar un error sin importancia), sin credibilidad para negar las acusaciones y sin posibilidad de acreditar con pruebas su inocencia, Mariano queda expuesto sin remisión al justo dictado del santo tribunal, que ya ha determinado su culpabilidad y le expone a la tesitura de asumir para sí todas las culpas o delatar al resto de sus cómplices.
No se puede culpar al tribunal, a la sociedad. Muchos indicios parecen mostrar esa culpabilidad, pocos apoyan la honradez de la clase política. "¡Son una casta corrompida!", aducen los que apuestan por remover sillones. ¿Una casta? Quizás esa fuera la mejor de las realidades. De ese modo, apartando a la camarilla que ha maquinado todo este supuesto entramado de choriceo vulgar, la honradez volvería a imperar. Pero antes de inclinarnos a dar por válido este final feliz, invito a cada uno a representarse en un contexto en el que les ofrecieran ser partícipes de un sistema en el que la recepción de gratificaciones monetarias (fuera de la ley, por supuesto) resultara una práctica firmemente instalada de la que se benefician (casi) todos. ¿Cuántos rehusarían la invitación? Y de esos, ¿cuántos lo denunciarían? Lamento sospechar que no muchos más de los que denunciarían al pintor o al mecánico (valga el ejemplo, sin ánimo de mancillar ningún oficio) que les insta a pagar sus servicios sin asumir impuestos. Tal vez la camarilla corrompida sea más amplia de lo que creemos. Tal vez la corrupción duerma en el seno de la misma Inquisición. 